Cultivar la vida familiar - Cómo crear un ambiente familiarsano

Christoph Meinecke, Cristina Meinecke

Última actualización: 10.01.2022

Comparados con otros grupos sociales, los padres generalmente trabajan más y tienen menos tiempo para sí mismos. A pesar de ello, acuden menos al médico y tienen menos problemas de salud (1). Los estudios sobre la resiliencia han demostrado de forma sorprendente que la sensación de tener una vida con sentido, de comprenderla y manejarse en ella contribuye más que ningún otro factor al equilibrio del alma y a la estabilidad de la salud (2). Al mismo tiempo la vida familiar obliga a los padres a tener una gran capacidad de adaptación. La capacidad de adaptación está directamente relacionada con la capacidad de resistencia. De esta manera, refuerza la vitalidad y la salud de los procesos vitales. La vida familiar es un campo de entrenamiento para la capacidad de adaptación. Los padres tienen que adaptar constantemente sus ideas a las circunstancias reales y a las necesidades de los niños. Cuando lo consiguen, los niños se sienten bien, los padres también y por extensión, toda la familia. Ésta es la base del bienestar familiar. Esencialmente esto es posible gracias a la fuerza del amor, que siempre conlleva un cierto grado de generosidad. Qué sabiduría hay en el hecho de que el hombre disfrute de más salud precisamente cuando vive en esta fuerza originaria del amor. De esta manera, la familia es el lugar en el que, por una parte, se aprende y se inculca una conducta sana y por otra, del que pueden salir fuerzas sanadoras.

La familia como lugar en el que confluyen las necesidades

Parece obvio que la mayoría de los padres quieran que sus hijos se encuentren bien. Y también es cierto lo contrario: los hijos quieren que sus padres se encuentren bien. Cuando esto no sucede, los hijos sufren. Y no sólo a nivel anímico, con compasión, sino que también se ven afectados en su salud y su comportamiento, sufren alteraciones objetivamente cuantificables. En estos casos pueden tener más a menudo problemas de sobrepeso, alteraciones de la conducta alimentaria, alteraciones de la concentración, del aprendizaje y de la conducta, agresividad, depresión y miedo. Además, desarrollan sentimientos de culpa y de responsabilidad frente a los padres. Por el contrario, el estudio de salud KIGGS de Alemania pudo demostrar mediante un análisis estadístico que cuando los padres se sienten bien, los hijos también se sienten bien (3). Esto deja claro un principio: como padres tenemos que atender a las necesidades de nuestros hijos Y también a nuestras necesidades. No sólo podemos, sino que debemos trabajar en aras de nuestro propio bienestar. El arte de encontrar el equilibrio adecuado entre las propias necesidades, las necesidades de la pareja y las de los niños; este arte se aprende y se ejercita en la vida diaria.

La mejor respuesta a la pregunta de cómo se consigue una vida familiar sana consiste en dar cabida a las necesidades de todos los miembros de la familia, de los niños, padres, abuelos y bisabuelos. Generalmente esto no se puede hacer todo a la vez. Se trata más bien de seguir el principio de que todo tiene su momento, respetando el derecho de cada cual. Al principio parece como si las necesidades de los niños y las de los padres (por ejemplo, la necesidad de realización profesional) fueran incompatibles. Está demostrado es que las familias más felices y sanas son las que consiguen ambas cosas, solo que cada una en su momento y de manera tal, que no se haga a costa de las necesidades de los demás. Si los padres desean orientar la vida familiar en esta dirección, a juicio nuestro, es muy útil observar un principio fundamental, que podemos definir como “pacto generacional inverso”. Nosotros los padres somos los encargados de atender las necesidades de nuestros hijos y no al revés. Parte de la paternidad consiste en ser consciente de esta tarea, saber vivir a caballo entre las propias necesidades y las de los niños. A los niños y nosotros mismos no nos ayuda mucho que nos “quememos” sacrificándonos, ni tampoco los niños se desarrollarían con libertad si les hacemos responsables de nuestro bienestar. Al igual que en un concierto en el que a veces es una voz la que da el tono y otras veces otra voz distinta, a veces cantan todas juntas y otras veces algunas descansan, cada cual según sus posibilidades, así funciona en la familia con los distintos miembros y sus necesidades.

La paternidad conlleva siempre sentimientos como el agobio, el enfado, la rabia y la frustración. Los podemos aceptar como percepciones y preguntarnos con qué están relacionados. Los niños pueden ser los que desencadenen estos sentimientos, pero no son su causa, ya que la causa es subjetiva y reside exclusivamente dentro de nosotros. Por consiguiente, como padres podemos procurar no culpar nunca a los niños de nuestros sentimientos. Frases como, “me pones de los nervios”, “me sacas de quicio” o “por ti he renunciado a mi carrera”, etc., producen en los niños esos sentimientos de culpa anteriormente citados. Si se nos escapan una vez y lo remediamos, no pasa nada, pero si las repetimos e insistimos en ellas, pueden generar en el niño enfermedades y problemas de comportamiento a lo largo de toda la vida.

El deseo y la necesidad son dos cosas distintas

Cuando hablamos aquí de entender las necesidades, hay que matizar que necesidades y deseos o impulsos no son la misma cosa. Por ejemplo, un progenitor puede tener el deseo de ver la televisión tres horas sin que le molesten. Sin embargo, si esto le impide atender al niño en sus necesidades, este deseo se ha aparcar. Puede resultar útil preguntarse qué necesidad se esconde detrás del deseo más preeminente y cuándo podrá satisfacerse dicho deseo sin descuidar al niño o poner en peligro la relación de pareja. Por su parte, los niños aprenden con nuestro ejemplo que los deseos no siempre pueden satisfacerse de forma inmediata. Si las necesidades se malinterpretan como simples deseos, se corre el riesgo de descuidar al niño. Pero sin los deseos se interpretan como necesidades, puede llegar a malcriarse al niño.

Cuatro ámbitos de la vida

Se han elaborado muchos estudios y teorías acerca de cuáles son las necesidades básicas del ser humano (por ejemplo, Maslow (4), Largo (5) etc). La Antropología antroposófica también puede ayudarnos a orientarnos en este terreno. Reconocemos al hombre como un ser espiritual, cuyo origen, como todo lo que vive, reside en el mundo espiritual y dicho ser espiritual se ha dotado de un cuerpo para poder vivir en la Tierra. Este proceso de encarnación se produce en tres ámbitos vitales en los que el hombre, durante la vida terrena, necesita una buena adaptación para conseguir con salud los objetivos que trae a esta vida. Los tres campos vitales son el propio cuerpo (mundo propio), el entorno que nos rodea (entorno espacial) y la comunidad social (entorno social). Hay dos aspectos que acompañan el proceso de encarnación: por una parte, el niño necesita tiempo y ocasión de poder aclimatarse bien en los tres ámbitos vitales, de adaptarse a ellos. Por otra parte, el hombre adulto necesita tiempo y ocasión de cuidarlos a lo largo de su vida. Para percibir el hombre posee distintos sentidos. La doctrina antroposófica de los sentidos distingue doce, cuatro por cada uno de los ámbitos de la vida. Los sentidos del mundo propio son: el tacto, el sentido de la vida, el sentido del movimiento y del equilibrio. Los sentidos del entorno espacial son: el olfato, el gusto, la vista y el sentido del calor. Los sentidos del entorno social son: el oído, el lenguaje y el sentido del yo.

Un cuarto ámbito de la vida que requiere nuestro cuidado es nuestro ser espiritual, nuestro hogar espiritual. Aquí está custodiado lo que podemos relacionar con nuestra búsqueda de sentido, de realización personal, de objetivos vitales, de espiritualidad, de comprensión del destino, de confianza, de fe y de fuerza interior. Al igual que el niño saca su fuerza natural de este mundo espiritual y encuentra sus tres hogares terrenales (encarnación), es cometido del adulto volver a concentrase cada vez de forma más consciente con el origen espiritual a partir de la fuerza de estos tres hogares terrenales (conocimiento, iniciación).

El aspecto de las necesidades que nos interesa para cultivar una vida familiar sana apunta en la siguiente dirección: ¿qué necesita la persona para vivir una vida sana en estos cuatro ámbitos de la vida – corporal, espacial, social, espiritual – tanto de niño como de adulto? ¿Y cómo puede la vida diaria de la familia tener en cuenta todo esto? A continuación ilustramos a modo de ejemplo distintos aspectos.

Las necesidades físicas

El cuidado del cuerpo, la alimentación, el movimiento y el sueño, así como la necesidad de comodidad y de sentirse a gusto en el propio cuerpo, forman parte de las necesidades físicas. Atender a dichas necesidades es cometido de los padres, y cuanto más pequeño sea el niño, más les compete.

Bañar/lavar y secar/frotar, dar crema, masajear, envolver al niño o vestirlo son acciones que le trasmiten confort y sensación de bienestar, siempre que se realicen con cuidado y con cariño, con alegría y buen humor, respetando la autonomía del niño y sus ganas de colaborar.

Poco a poco el niño va adquiriendo capacidad de autorregulación, es decir, de percibir sus necesidades físicas y de satisfacerlas por sí mismo. Esto lo aprende sobre todo a través de la imitación (aprender de un modelo) y de la alegría al hacer las cosas. El niño necesita modelos auténticos por una parte, así como tiempo y espacio por otra, para aprender a hacer las cosas por sí mismo. El niño necesita desarrollar un movimiento autónomo, tal y como la describió Emmi Pikler con la frase: “Dame tiempo para que lo haga yo”.

El adulto ha de realizar las operaciones diarias con cuidado, mostrar respeto frente al deseo de autonomía del niño y darle el tiempo que necesita para desarrollarse. En este proceso de aprendizaje nos a ayudan el ritmo y el ritual – ambas son herramientas eficaces contra el estrés en la vida familiar – y la adopción de costumbres familiares sanas. Puesto que el niño las aprende a través del ejemplo, es necesario que los adultos también demos un cierto orden a nuestra jornada, cosa que además, nos viene muy bien.

Cronobiología, ritmo y comidas

La primera ocasión de establecer un ritmo fisiológico es a través de la alimentación. Ya a los dos o tres meses el niño nos está invitando a guardar un cierto ritmo en las tomas, puede ser variable pero ha de seguir un patrón claro. Éste es el punto de partida para dar ritmo a todos los procesos fisiológicos y conducirlos a lo que se denomina ritmo circadiano, es decir, una alternancia entre actividad y reposo a lo largo de las 24 horas (6). Por este motivo, en la vida diaria familiar es muy útil mantener horarios constantes en las comidas, posiblemente en el mismo lugar, evitar comer a cualquier hora o a todas horas o fuera de casa. También al comer es necesario mantener toda la concentración. Si los adultos no nos distraemos al comer, si hacemos otras cosas a la vez y mantenemos los teléfonos fuera de la vista y del oído (mejor dejarlos en otra habitación), las comidas discurrirán más tranquilas y se digerirán mejor.

El niño aprende a regular su conducta alimentaria poco a poco si respetamos su percepción de sí mismo. Para ello nunca tenemos que insistirle en que coma. El niño ha de comer porque le invitamos regularmente a hacerlo, no porque le forcemos. Tampoco tiene por qué terminarse toda la comida que tiene en el plato si no lo desea. Al mismo tiempo podrá observar que nosotros los adultos nos tomamos en serio las comidas. Las sobras se pueden guardar y consumir más tarde o dado caso, dárselas a los animales domésticos o utilizarlas para el compost, según resulte más apropiado.

Lógicamente la calidad de los alimentos influye en la salud futura de la persona. Podemos procurar que nuestra dieta sea integral y sostenible, que incluya cinco porciones de verduras y/o fruta al día. Una porción es lo que cabe en el hueco de la mano de una persona. Y aquí también tenemos que dar ejemplo, nuestra conducta alimentaria de adultos forja las costumbres de toda la familia.

Ritual

Los niños aman los rituales. Los rituales son señales repetidas y reconocibles que nos orientan y que estimulan el ritmo. Se ha comprobado que cuando se repite un ritual – por ejemplo, la oración antes de comer, una canción por la noche – se estimulan los procesos metabólicos, por ejemplo, la secreción de jugos gástricos u hormonas del sueño (7). Los estudios demuestran que decir una oración en la mesa favorece una buena conducta alimentaria y las oraciones nocturnas favorecen un sueño reparador (8). Y esto es supraconfesional. Los niños traen al mundo una religiosidad innata. Esto se puede percibir, por ejemplo, en el agradecimiento y la alegría por las pequeñas cosas de todos los días. Si ven que los adultos tratamos las comidas o el sueño con veneración  y agradecimiento, entonces desarrollan estas cualidades como fuerza interior. Los niños no olvidan un ritual. Si se nos olvida un día, los niños nos lo recuerdan enseguida. Y cuando por fin atendemos al niño y recitamos la oración de la mesa, el rostro del niño se ilumina, pues sabe: “Así debe ser, primero recitamos la oración y luego empezamos a comer”. En esto consiste el cuidado. Los niños viven aquí y ahora y son artistas del cuidado. Cultivar la vida familiar significa también que nosotros los adultos dejemos que los niños nos indiquen el camino, que meditemos, que desterremos la prisa de los procesos, que seamos cuidadosos. De esta manera, no sólo satisfacemos las necesidades infantiles, sino las necesidades humanas en general, las propias necesidades.

Además, los rituales satisfacen necesidades que evocan el pasado espiritual, del hogar espiritual del hombre (cuarto ámbito). Festejar las fiestas del año, la misa o la liturgia religiosa, contribuye por una parte, a satisfacer la necesidad de ritmo y de rituales, y por otra, fomenta el sentido de la vida, el sentimiento de cohesión, de seguridad, de confianza en el origen y en el futuro.

Y por último, los rituales influyen en la salud social.

Por el hecho de ser uno de los indicadores que nos ayudan a predecir un carácter pacífico en la vida adulta, desarrollar la gratitud como cualidad interior adquiere una gran importancia para el futuro del individuo y de la sociedad (9).

Irse a dormir

Dormir es una necesidad física y anímico-espiritual. Al dormir se regenera el cuerpo. Al mismo tiempo el ser anímico-espiritual de la persona abandona el cuerpo y se dirige inconscientemente a su hogar espiritual. Para dormir bien necesitamos una sensación de seguridad, de confianza. Una necesidad básica del hombre es despertarse donde se acostó. De esta manera se afianza la confianza  de que mientras dormimos – si no tenemos consciencia, no tenemos control – no nos sucede nada malo. Para que el niño aprenda esto, desde el principio tenemos que permitirle vivir conscientemente el momento en que lo acostamos. Para que el niño duerma bien, también es útil darle regularmente ocasión de tranquilizarse y dormir, con gestos que lo inviten a ello, sin ejercer presión. El adulto cuida los procesos y el entorno y es posible que el niño necesite que le ayudemos a sosegarse. Sobre todo, necesita que nosotros los adultos le demos confianza en que conciliará el sueño. De esta manera, damos al niño la posibilidad de autorregularse y sentimos respeto por su desarrollo autónomo. Por último, el sueño es aún mejor si mantenemos una actitud positiva frente a él. Podemos acostar al niño en todas las etapas de la vida, ya desde las primeras semanas, diciéndole: “… y ahora puedes dormirte“. Puedes, no debes. De esta manera, tanto el acto de dormir como el lugar en el que duerme adquieren una connotación positiva. Mantener una actitud así también le ayuda a dormir al adulto. Una meditación antes de acostarse, la oración de la noche y una retrospectiva del día repasando la jornada marcha atrás, pueden ayudar a conciliar el sueño (ver www.anthromedics.org/PRA-0953-ES).  

Movimiento

Dedicar tiempo, ocasión y un espacio seguro para que el niño pueda desarrollar el movimiento es de fundamental importancia. De ello hablamos en otro punto.

Necesidades de espacio

Toda persona necesita un lugar seguro, un trocito de Tierra seguro que le proporcione apoyo y sostén, en el que pueda instalarse y sentirse en casa. Este lugar da abrigo, protección, es el lugar en el que uno puede retirarse y en el mejor de los casos, relajarse y desahogarse. Diseñar el espacio puede contribuir mucho a cultivar una sana vida familiar.

De la calidad de los colores depende que el entorno espacial pueda transmitir calor y protección. Un entorno relajante y equilibrado desde el punto de vista estético, hace que disminuyan las hormonas del estrés.
Se ha de evitar el exceso de estímulos, sobre todo visuales y auditivos, del que hoy sufren la mayoría de los niños: los colores chillones y los carteles llamativos, los aparatos de animación (desde los móviles luminosos a las tabletas y los teléfonos móviles) o el bombardeo de música y películas, solo por citar algunos. Cuanto más sobreexcitado esté un niño por los estímulos visuales y auditivos, menos desarrollará la percepción de sí mismo. Es conveniente que la habitación del niño no esté expuesta al ruido. Para dormir no hace falta un silencio absoluto, ni una oscuridad total. Los ruiditos de fondo del hogar y la familia pueden tranquilizar al niño. Sin embargo, para que el sueño sea más reparador, se ha atenuar el nivel de luz y de ruido.

En primer lugar, el niño necesita tiempo y espacio para descubrirse a sí mismo y aprender a percibirse. Cuanto más lo consiga, mejor ejercerá en etapas posteriores su autonomía, la atención a sí mismo, el respeto por sí mismo, mayor será su capacidad de concentración y de aprendizaje y su conciencia del entorno, su respeto por el entorno y su competencia social, es decir, el respeto por las demás personas.

Un lugar especialmente idóneo para aprender es la Naturaleza. Los niños que juegan mucho al aire libre, son más sanos en muchos aspectos: tanto en su propia percepción corporal y en el desarrollo motor, en el bagaje cognitivo y la memoria, como en el sistema inmunitario y la resiliencia (capacidad de resistencia) (10).

Orden

La frase: “orden y dedicación dan gran satisfacción” encierra una gran verdad. Es recomendable mantener un cierto orden en el manejo del hogar, un orden que se adapte a las necesidades individuales y que no resulte meticuloso o estéril, sino que nos oriente y nos facilite la vida y además refleje el cuidado por las cosas y los espacios que nos ha puesto a disposición la Tierra. El orden está al servicio de la vida y no la vida al servicio del orden. El orden da seguridad al niño, ya que sabe dónde están las cosas y dónde se le puede haber olvidado ponerlas. Es especialmente importante que sea ordenado con sus juguetes. Procuraremos que no tenga demasiados juguetes, que haya una cantidad que él mismo pueda abarcar con la vista y que la familia pueda ordenar sin agobios. Si evitamos acumular juguetes en la habitación de los niños, éstos jugarán de forma mucho más creativa. A veces les gusta dejar sus construcciones montadas hasta el día siguiente. Y es bonito que haya espacio para ello. Si notamos que dejan de estar pendientes de la construcción, es decir que ya no la cuidan, entonces se podrá desmontar y guardar. De esta manera, surgirá espacio para otro juego.

Al elegir los juguetes hay que procurar estimular los sentidos del niño en su conjunto, estimularlos al máximo para su desarrollo. La investigación de las neurociencias nos indica que cuantos más sentidos confluyan en una actividad, más fuertes serán las conexiones cerebrales y de esta manera, la capacidad de aprendizaje y la memoria (11). Esto se consigue mejor si evitamos los juguetes que engañan a los sentidos y damos prioridad a los materiales naturales. El mejor juguete es que le permite mantenerse ocupado de forma autónoma y creativa durante un determinado tiempo, en solitario o con otros niños. Desde este punto de vista, los juguetes se pueden adaptar a la etapa evolutiva que corresponde a la edad del niño. Puede valer la idea de que el juguete non debería hacer más cosas que el niño, de tal manera que el niño mantenga su parte activa y creativa.

Necesidades sociales

El hombre es un ser social. Desde el principio su vida está hecha para la cooperación y la comunidad. Las cualidades de las personas son tan variadas y están repartidas de forma tan desigual, que la humanidad solo puede desplegar la creatividad y la eficacia gracias a la colaboración. Esto también se aplica, en menor escala, a la familia.

Está demostrado que no solo la salud física y mental dependen de la calidad de las relaciones sociales en la vida, sino también la satisfacción de la persona en su conjunto (12). La competencia social, es decir, la capacidad de socializar, es algo que el niño aprende en la infancia y sobre todo, por la manera en que sus allegados se relacionan con él. La creación temprana del vínculo comienza justo después del parto. En un principio el niño tiene un vínculo de confianza con una persona de referencia, es el nivel de vínculo primario, tal como lo define la investigación sobre el vínculo. Generalmente, si está disponible, esta persona es la madre biológica. Después llegan el padre (al final del primer año y comienzo del segundo) y las demás personas, los abuelos, la tía, el tío, etc. (13). El niño ya los conocía antes, pero esa confianza intensa que experimenta la madre primero, la experimentan los demás más tarde. Se basa en dos experiencias fundamentales, que son esenciales: una es que “ahí hay alguien que percibe y colma mejor todo lo que yo necesito (mis necesidades) independientemente de cómo se sienta o de cómo me esté comportando yo”; la segunda es que “ahí hay alguien que me considera una persona, que reacciona ante mí, que se dirige a mí, me presta atención, interés, me valora, me ayuda a comprender el mundo y a comprenderme a mí mismo cada vez mejor”. La primera capacidad o cualidad es lo que la investigación sobre el vínculo denomina “sensibilidad”, la segunda es la “disponibilidad emocional” (14). Resumiendo, se trata de la cualidad que tan solo los padres o los que ejerzan de padres pueden dar a sus hijos y que Jorge Bucay denominó “amor incondicional” (15). Un amor que se distingue por el hecho de ser fiable, que no necesita ganarse, que sabe distinguir siempre entre comportamiento y persona, con el que se puede contar también al final de la infancia y el resto de la vida, que nunca cesa, independientemente de lo que suceda. El hombre se siente a gusto y protegido en la familia cuando sabe: aquí puedo ser yo mismo, aquí no tengo que aparentar, aquí puedo mostrarme frustrado e imperfecto sin que me rechacen o sin tener que cambiarme.

A continuación, algunas sugerencias sobre cómo se puede crear una vida diaria familiar que fomente la salud.

Comunicación

El primer puesto lo ocupa la comunicación. Es la condición previa para una buena relación. Cuando abordamos la comunicación desde el respeto, con amor, cuidado, valorando, sin juicios y de forma auténtica, entonces sentamos la base de una convivencia social satisfactoria. Frases positivas, evitar los mensajes de reproche (“eres un agresivo”, “eres un manazas”, “me pones de los nervios”, etc.) y ser coherente (hacer coincidir el lenguaje con los gestos, la mímica y la entonación): todo esto crea confianza en el niño, le transmiten reconocimiento y bienestar. El estrés genera lo contrario. Lo beneficioso es tomar la costumbre, ya desde los primeros meses del niño, de ir contándole o anunciándole lo que vamos a hacer con él o para él. Contarle con cariño lo que uno está haciendo no sólo crea seguridad en el vínculo, sino que además, favorece el desarrollo del lenguaje. Si nuestra forma de hablar denota preocupación y utilizamos explicaciones causales, infundiremos miedo en el niño. Los niños a los que se les dan demasiadas explicaciones (en edad preescolar, en un estilo demasiado intelectual), suelen tener más miedos que los otros y lo seguirán teniendo a lo largo de la vida (16). Las explicaciones contienen relaciones causales que el niño pequeño no puede relativizar para adecuarlas a su situación y que por tanto, puede percibir como amenazadoras. El niño aprende a confiar en el mundo cuando los adultos le cuentan cómo es el mundo y no le explican por qué.

Reglas y pactos

La convivencia en el seno de la familia resulta más fácil si hay reglas y pactos. Éstos tienen que responder a las necesidades de la vida. Al hablar de esto, Marshall Rosenberg incluso evita el concepto de reglas. He aquí una cita suya: “Lo pueden llamar reglas. Yo lo llamo necesidades” (17). Además, deberían responder a las necesidades del momento concreto. Por consiguiente, se han de adaptar siempre. Para ello es conveniente celebrar una reunión familiar de vez en cuando en la que puedan participar también los niños según su edad. Si surgen conflictos o malentendidos, cualquier miembro de la familia puede convocar dicha reunión. Los pactos y las reglas tienen sentido si se pueden cumplir. Para que haya un vínculo de confianza en la familia es especialmente importante que se cumplan las reglas establecidas y los pactos acordados.

Cercanía corporal y sexualidad

Parte de una relación sana en el núcleo familiar es la cercanía corporal. A los niños les encanta que sus personas más allegadas les abracen, les acaricien o les besen. Estos gestos de cariño les transmiten, por una parte, percepción de sí mismos, y por otra, un sentimiento de pertenencia intenso, que llega hasta la esfera de lo físico. Además, favorecen el crecimiento físico y el desarrollo, cosa que se ha podido constatar también en el reino animal (18). En cualquier caso, es importante que dicho contacto sea deseado por ambas partes. Nunca se ha de buscar por la fuerza el contacto corporal contra la voluntad del otro. Esto es especialmente importante para los adultos frente a los niños y para los adultos entre sí. Palabras como: “Pero dale un besito a tu tía” o “No seas tan arisco” o exhortaciones parecidas constituyen una invasión y pueden herir el alma del niño. Por otra parte, los padres tienen que decirle al niño que en qué momento no les agrada su cercanía. Sin embargo, eso ha de pasar solo raramente. Si rechazamos mucho al niño, se pone triste, se siente no querido y no puede crear un vínculo seguro. Al mismo tiempo es importante y positivo que la familia dé ejemplo de respeto por los límites corporales.

Para los niños es hermoso y tranquilizador darse cuenta de que sus padres se aman y de que se tratan bien. Naturalmente los padres pueden abrazarse, besarse, mimarse y mostrar su cariño delante de los niños. Pero esto no incluye actos sexuales. Podría perturbar y dar miedo al niño ver a sus padres en un estado de trance en el que no puede dirigirse a ellos. Por consiguiente, es mejor que los padres elijan el momento apropiado y un lugar reservado para hacer el amor sin que nadie les moleste, por ejemplo, cerrando la puerta. En caso de que el niño percibiera algo del acto de amor de los padres, no hay que enfadarse ni reaccionar con vergüenza o explicaciones.

Relación de pareja de los padres

La relación de pareja de los padres se ha de cuidar de forma especial en el contexto de la familia. Este nivel de relación ya existía antes de la paternidad, es una condición previa para la paternidad y existe independientemente de ésta. Es el fundamento de toda la familia y por consiguiente, el mayor patrimonio de ésta. Si los padres están a gusto como pareja, generalmente la familia funciona bien. Por este motivo, los padres deberían encontrar siempre tiempo para sí mismos y para su vida de pareja, contarse a diario cómo ha ido la jornada, sus experiencias, sus preocupaciones y sus alegrías, salir de vez en cuando por la tarde y encontrar momentos de intimidad. La relación de pareja funciona mejor cuando la cuidamos desde el plano espiritual-ideal, desde el plano anímico y desde el plano físico. Según Biddulph las claves para una buena relación de pareja se pueden expresar así: intercambiar valores, mostrar amor e interés, posibilitar la intimidad física (19). Las relaciones de pareja son más estables si incluyen estas tres cualidades: sinceridad, amor y respeto (20). Para los padres esto puede convertirse en un modelo y en una pauta.

Hogares multigeneracionales

Para responder a las propias necesidades, los padres necesitan ayuda a la hora de atender a los niños. Las niñeras y las guarderías no son perjudiciales una vez que se ha afianzado la confianza en los vínculos familiares. Los abuelos constituyen un tesoro y las familias jóvenes que los tienen cerca tienen mucha suerte, ya que ayudan por amor y no por interés. También puede haber otras personas que ayuden de forma desinteresada. A la edad de un año el niño ya puede pasar unas horas con otra persona de confianza, sin la madre (que es el vínculo primario) o sin los padres.
El efecto saludable de esto se refleja en el hecho de que las personas que tienen hijos y los ancianos que participan en la familia y en el entorno social, tienen una esperanza de vida más alta (21).

Experiencias comunes

Otra cosa que refuerza el vínculo, son las experiencias positivas en común. Cuando la familia entera disfruta haciendo algo, se fomenta la alegría, la salud, el bienestar y la confianza – por ejemplo, juegos, excursiones, lecturas en voz alta, fiestas, vacaciones, etc. Cuando surgen problemas o conflictos entre padres e hijos siempre es de ayuda dedicar un poco de tiempo al miembro de la familia en cuestión. La madre o el padre se toman un poco de tiempo con cierta regularidad, una vez a la semana o cada dos semanas, según sus posibilidades, para dedicárselo a uno de sus hijos. Sin condiciones, sin expectativas, sin planes o atracciones, solamente para que el niño experimente atención e interés por parte del progenitor. En la medida de lo posible el niño decidirá lo que hacen juntos. De esta manera se pueden producir diálogos y experiencias que pueden restaurar la confianza perdida y beneficiar al alma del niño y del progenitor.

Necesidades espirituales

Para cuidar estas necesidades, a las que hicimos alusión al principio, son muy útiles los rituales, las oraciones, las fiestas del año, las celebraciones religiosas, los cuentos y las historias ejemplares, dedicar tiempo a la meditación y a la búsqueda interior. Todas estas cosas ayudan a la persona a mantener la relación consigo mismo, con su origen espiritual y el cosmos que le circunda. Refuerzan la confianza y la certeza de ser sostenido.

Todas las noches nosotros entramos con nuestro ser anímico-espiritual en el mundo espiritual. De él podemos sacar fuerzas e impulsos para la vida durante el día. De esta manera, “consultar a la almohada” puede convertirse en una costumbre útil cuando estamos preocupados o tenemos conflictos con un hijo o con nuestra pareja. Por la mañana no necesariamente se nos ocurrirá enseguida la solución, pero podemos intentar escuchar atentamente a lo largo del día y notar si ha cambiado algo y si empieza a delinearse una solución o una idea nueva.

Rudolf Steiner nos habla de tres seres angelicales a los que podemos llamar por la noche a través de nuestra conducta positiva durante el día y que pueden poner a disposición de la persona las fuentes espirituales de fuerza para toda la vida, esas fuerzas que posibilitan el desarrollo durante los primeros tres años de vida del niño, el caminar, el hablar, el pensar. Por consiguiente, mediante nuestra conducta diaria podemos cuidar nuestro nivel de existencia espiritual. Steiner lo describe así: “Una conducta altruista que contemple al otro como ser espiritual” durante el día, facilita el diálogo con los principados, los espíritus de la personalidad. “Mantener una actitud idealista y benévola en el lenguaje con los demás” facilita el diálogo con los arcángeles y “el idealismo y la espiritualidad en el pensar” con los ángeles (22).

Si prestamos atención a nuestras acciones, a lo que decimos, a los que pensamos, podremos hacer mucho bien. Esto es un hecho que podemos comprobar y al que ya aludieron Gandhi y muchos iniciados más.

Para terminar, podemos decir lo siguiente: el hombre trae al nacer una confianza ancestral, en la tierra desarrolla confianza en sí mismo, la confianza en Dios le mantiene en vida. Podemos esforzarnos en cultivar y mantener estos tres niveles de confianza dentro de la familia. 

Bibliografía

  1. DAK Forschung. Gesundheitsreport 2014. Gesundheit im Spannungsfeld von Job, Karriere und Familie. Hamburg: Deutsche Angestellten Kranlenkasse; 2014. Verfügbar unter https://www.dak.de/dak/bundesthemen/gesundheitsreport-2014-2119690.html#/ (20.8.2021).
  2. Siehe z. B. Glöckler M. Salutogenese. Wo liegen die Quellen leiblicher, seelischer und geistiger Gesundheit? Erziehungskunst o.J. Verfügbar unter https://www.erziehungskunst.de/fileadmin/archiv_alt/2003/p003ez0503-563-571-Gloeckler.pdf (20.8.2021).
  3. Robert Koch-Institut. KIGGS-Welle 2. Studie zur Gesundheit von Kindern und Jugendlichen in Deutschland (KIGGS). Erhebung 2014 – 2017. Verfügbar unter https://www.kiggs-studie.de/deutsch/studie/kiggs-welle-2.html (20.8.2021).
  4. Siehe z. B. Pauen S. Signale beim Säugling. Was ist normal? Was ist auffällig? Sozialpädiatrischer Nachmittag, Augsburg 2016. Consilium Pädiatrie 2016;1:7-10.
  5. Siehe z. B. https://largo-fitprinzip.com/fit-prinzip.html (20.8.2021).  
  6. Chronobiologie. Unser innerer Rhythmus. Spektrum der Wissenschaft Kompakt vom 19.3.2018.
  7. Siehe z. B. Grässer M, Hovermann E. Kinder brauchen Rituale. Hannover: Humboldt Verlag 2015:54.
  8. Feld M, Young P. beurer Schlafatlas 2017. So schläft Deutschland. München: Südwest Verlag; 2017.  
  9. Willberg HA. Dankbarkeit. Grundprinzip der Menschlichkeit – Kraftquelle für ein gesundes Leben. Berlin, Heidelberg: Springer; 2018.
  10. Flade A. Zurück zur Natur? Erkenntnisse und Konzepte der Naturpsychologie. Berlin, Heidelberg: Springer; 2018.
  11. Siehe z. B. Auer WM. Sinnes-Welten. Die Sinne entwickeln, Wahrnehmung schulen, mit Freude lernen. München: Kösel-Verlag; 2007.
  12. Siehe z. B. Spitzer M. Einsamkeit, die unerkannte Krankheit. München: Droemer HC; 2018.
  13. Siehe z. B. Brisch KH. Bindungsstörungen. Von der Bindungstheorie zur Therapie. 17. Aufl. Stuttgart: Klett-Cotta; 2020.
  14. Saunders H, Kraus A, Barone L, Biringen Z. Emotional availability: theory, research, and intervention. Frontiers in Psychology 2015;6:1069. DOI: https://doi.org/10.3389/fpsyg.2015.01069.[Crossref]
  15. Bucay J, Bucay D. Eltern und Kinder. Vom Gelingen einer lebenslangen Beziehung. 2. Aufl. Frankfurt: S. Fischer Verlag; 2018.
  16. Siehe auch Steiner R. Die Erziehung des Kindes vom Gesichtspunkte der Geisteswissenschaft. 8. Aufl. Basel: Rudolf Steiner Verlag; 2020.
  17. Seminar mit Marshall Rosenberg, Gewaltfreie Kommunikation, Urania, Berlin im Juni 2007.
  18. McGlone F, Wessberg J, Olausson H. Discriminative and affective touch: sensing and feeling. 2014;82(4):737-755. DOI: https://doi.org/10.1016/j.neuron.2014.05.001.[Crossref]
  19. Biddulph S, Biddulph S. Wie die Liebe bleibt. Über die Kunst, ein Paar und Mann und Frau zu sein. 3. Aufl. München: Heyne Verlag; 2003.
  20. Glöckler M. Von der Beziehungskultur. Vortrag im Rahmen des Internationalen Kleinkindkongresses „Die Würde des kleinen Kindes“ vom 2.-5.6.2010, Dornach, Schweiz.
  21. Modig K, Talbäck M, Torssander J, Ahlbom A. Payback time? Influence of having children on mortality in old age. Journal of Epidemiology and Community Health 2017;71:424–430.
  22. Steiner R. Die Geistige Führung des Menschen und der Menschheit. GA 15. 6. Auflage. Basel: Rudolf Steiner Verlag; 2015.  

Research news

Phase IV trial: Kalium phosphoricum comp. versus placebo in irritability and nervousness 
In a new clinical study, Kalium phosphoricum comp. (KPC) versus placebo was tested in 77 patients per group. In a post-hoc analysis of intra-individual differences after 6 weeks treatment, a significant advantageof KPC vs. placebo was shown for characteristic symptoms of nervous exhaustion and nervousness (p = 0.020, p = 0.045 resp.). In both groups six adverse events (AE) were assessed as causally related to treatment (severity mild or moderate). No AE resulted in discontinuation of treatment. KPC could therefore be a benefical treatment option for symptomatic relief of neurasthenia. The study has been published open access in Current Medical Research and Opinion:  
https://doi.org/10.1080/03007995.2023.2291169.